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lunes, 21 de marzo de 2011

Mascletá de desigualdades


Tras pasar todos los valencianos la semana fallera donde principalmente los monumentos, petardos, y la indumentaria han sido los protagonistas debemos plantearnos como afecta esto a la desigualdad entre clases generada por la diferencias económicas. ¿Se ha convertido las fallas en una fiesta donde la gente lucha por  ser el mejor? Para reconsiderar este nuevo planteamiento se ha de retroceder a los orígenes de esta festividad tan conocida.
Según el Marqués de Cruïlles, las fallas fueron iniciadas por el gremio de carpinteros que quemaban en la víspera del día de su patrón San José, en una hoguera purificadora, virutas y trastos viejos haciendo limpieza de los talleres antes de entrar la primavera. De este modo, lo que era una celebración de gente trabajadora de pocas rentas, y que únicamente pretendían reunirse y pasarlo bien con sus semejantes, ha pasado a ser una fiesta consumista donde triunfa el que más tiene. En estas fechas las pastelerías se llenan de ricos buñuelos y churros, emigrantes sin papeles venden “mocaors” y blusones, y ya si cuela cervecitas por un euro; y ya no hace falta hablar de la cantidad de publicidad que emite El Corte Inglés para atraer clientes durante estos días que las calles están llenas.
Pero sin duda, donde más observamos la diferencia de clases es entre las fallas de barrio de la última sección calificada por la Junta Central Fallera, y aquellas llamadas de “categoría especial”, como Convento de Jerusalén. La principal diferencia entre unas y otras es la cantidad de dinero que invierten para la realización de su falla. En algunas ocasiones se han gastado más de 900.000 euros en el monumento. Llegados a este punto debemos recapacitar si realmente hace falta gastarse tanto dinero, cuando hay personas que no tienen ni para comer. Si únicamente la mitad de los esfuerzos y cuotas que pagan los miembros de las grandes fallas fueran destinados a ONGs o fundaciones que ayuden a los enfermos, esta celebración recuperaría su sentido tradicional, solidario, y trabajador. En el lado opuesto se encuentran las fallas de gente trabajadora, la cual sabe apreciar lo que cuesta ganar dinero, e invierte una cantidad económica menor para la creación de su falla puesto que no disponen de altas rentas. De este modo, el tipo de renta de la cual dispone cada familia, sitúa a cada una de ellas en una asociación fallera y no en otra; lo que está ligado directamente con la diferenciación de clases y poder social que hay en cada una de éstas.
Vivimos en un país democrático donde los políticos dicen que reina la igualdad y que la sociedad clasista ha desaparecido, pero en el mundo real observamos que eso no es así. Aun existe la diferenciación social y cuando hay una celebración es cuando más se nota, puesto que todavía está en vigor la ley de quien puede más.

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